Fue entonces un día, de manos secas de uñas sucias, de cuartos humanos, de corazones y almas, y fue entonces que los enanitos huyeron, cuando al alejarse se sintieron gigantes de cuentos, y perdían el mando de ellos, dejando las puertas abiertas para los recuerdos, para los guerreros, y fue entonces que los enanitos crecieron...

-Angélica M. Coderque-

1/3/14

Un café en invierno

Todos los meses parecen ser invierno en esta ciudad, pero hace unos años cuando parecía nevar por primera vez los niños eran golpeados por el granizo enfurecido mientras intentaban copiar tradiciones haciendo improvisados ángeles negros por el cemento. Vestidos de pies a cabeza con pesados abrigos la gente solo dejaba sus ojos descubiertos al caminar en las heladas noches; el olor era nauseabundo, los buses, los restaurantes, los pasajes convertidos en escampadero publico; uno a uno llegaban y se iban, expidiendo un olor a animal salvaje y mojado. Quede atrapado en uno de esos pasajes, disminuido a menos de la mitad de mi tamaño por la multitud que cada segundo parecía aumentar al doble, la brusca fricción de los cuerpos por momentos me dejaba sin aliento, había un escalofriante contraste entre los pies empapados con agua helada y el sofoco que producía llevar kilos de gruesos abrigos. Una muchedumbre intentaba entrar, empujando y relinchando como caballos salvajes, dejando en claro que cualquier sinónimo de humanidad desaparecía al sentir que eran tocados por el agua. Los aullidos y peleas eran una constante, y esa vez no se hicieron esperar, empujones, forcejeos, insultos y disputas se confundían unos con otros; Dos hombres entrados en edad discutían bajo la escalera del pasaje libertador, sujetaban sus miradas con tanta furia que parecía que una pelea monumental no demoraba en llegar, y habría ocurrido a no ser por un patrullero recién salido de la pubertad empapado de pies a cabeza. Pasaron unos buenos minutos y el clima cedió un poco,  debió ser así porque el aire volvió a mi cuerpo y pude sentir de nuevo mis piernas, en cuestión de minutos solo quedamos en el lugar algunas personas, ahí pude sentir que unos ojos me miraban persistentes, escudriñándome poco a poco al tiempo en que me retorcían las entrañas. Tenía miedo, tenía tanto miedo que no pude resistir y me acerque tranquilamente hasta llegar a su lado, conversamos un poco y después de un rato salí del pasaje teniendo la certeza de que aquel dolor solo habría sido obra del frío. Ojala hubiera sido así, ojala mi rol de buen conversador y personaje desenvuelto se hubiera cumplido por lo menos esa vez, esa única vez; no estaría congelado en mi cama pensando en ella, no estaría comiendo y pensando en ella, no estaría escribiendo y pensando en ella, no estaría tratando de olvidar sus ojos, su piel, no la tendría calcada en mi, perturbando mi mente como ocurrió durante un tiempo. 

Sus ojos oscilaban en mi cabeza, se habían sumergido tanto en mi, me habían esculcado tanto el alma que ahora no había forma de sacarlos; su recuerdo jugaba con mi cabeza, venía con facilidad, en un instante, y se alojaban como un visitante al que no se puede despedir; en realidad no quería borrar su recuerdo, lo conservaba con la esperanza de que un día dejara de ser eso, tan solo un recuerdo. 

Cuando la vi venir hacia mi en un puente que unía el centro oscuro de la ciudad con la Bogotá turística, fue como si de repente tuviera dos pies izquierdos, mis rodillas temblaban al punto en que creí que el puente se desvanecía y caía tan profundo que ni la mano de Dios me alcanzaría; al sentir sus tibias manos por primera vez supe que era ella la cura para cualquier enfermedad, estuve completamente seguro de que ella conocía la respuesta a todas las ecuaciones, que era la salvadora personificada en una exquisita rareza; había perdido totalmente la cordura en cuanto me tocó. 

Sus labios estaban hechos pedazos, se quebrarían con el más mínimo rose, eran el durazno más dulce, eran la seda más frágil. Sus pequeños dedos se sacudían sutilmente y sin descanso, parecían dirigir una orquesta del tamaño de un fríjol, las grietas entre sus manos eran ríos de sudor, el frió tenía una reacción contraria en su cuerpo, como si el frió le causara calor. A pesar de sus pocos pasos cuando caminaba parecía flotar, ¿recuerdas qué se siente al flotar en agua salada?, ella caminaba y flotaba sobre una pequeña capa de agua salada que descansaba sobre el cemento. Sus palabras eran escasas, pero cuando hablaba un hombre que se mecía sobre su hamaca en la ciudad más lejana podría sentir como se cortaba el aire, sus palabras eran flechas imperceptibles, no había un hombre, una mujer, un anciano, un niño o cualquier ser sobre la tierra que pudiera ignorar su presencia; sus ojos hundidos en el horizonte podían ser miel espesa y al segundo siguiente podían ser la más oscura de las noches. Su piel blanca fingía ser papel mantequilla que se mimetizaba con su cuerpo, dejaba ver celosamente como fluía la sangre a través de sus venas,  haciendo que la duda sobre su existencia se diluyera como la tinta en el agua... había perdido totalmente la cordura.

Empece por recuperar el aliento, puedo jurar que parecía que fuera la primera bocanada de aire en mi vida; ella reía, reía con malicia como quien sabe que es el responsable de algún mal, y a mi no me importaba ser el motivo de su burla, su risa era tan suya, tan escasa y natural que después de un tiempo comprendería que verla sonreír no era cosa común. Recupere el tacto cuando me di cuenta que sus delgados brazos me sujetaban dulcemente, ¿y yo?... yo aprendía a caminar de nuevo. Y vaya que recupere la vista, porque pude recorrer cada detalle de su cuerpo, era una obra de arte, que hablaba, se movía y me volvía loco. Había un olor a cerezas que combinaba con el color de su abrigo que la cubría de arriba a abajo como ocultando la blancura de su piel. Pasaban los minutos y yo caminaba a su lado sin poder pronunciar palabra. 

Le escuche decir en un tono burlesco que pocos hombres sufrían de vértigo, no conocía a un hombre que se pudiera descomponer de la forma en la que yo lo había hecho por cruzar un puente de tan solo unos metros de altura. Y como una excusa perfecta tomé su comentario, y lo hice tan mio que me habría ganado un premio al mejor actor. Tomamos un café y como una ayuda del cielo, del universo o qué se yo, caía un aguacero que entre truenos y enfurecidas gotas, nos obligaban a estar ahí uno al lado del otro tomando a sorbos café. Ella bebía y miraba detenidamente las gotas de lluvia que poco a poco fueron haciendo camino hasta hacer un pequeño rió de agua lluvia en el lugar; el tiempo se detenía por segundos y se movía con tanta fluidez que me sentí navegando entre dimensiones. Hablando entre silencios supe que solo me bastaba con su presencia y una taza de café para saber que con su compañía me bastaba, que no era suficiente con tomar un café a su lado; no nos habíamos despedido y ya la quería ver de nuevo, se convertía en una necesidad para mi piel, mi heroína, el placebo. 

Caminábamos un rato cada noche, era fuerte y frágil cuando se sujetaba de mi brazo y yo hacía de su bastón, su cuerpo se cansaba con facilidad y me sorprendía al pedirme que nos sentáramos donde fuera posible, una silla en las calles desiertas, el jardín de casas antiguas, el anden mojado, una vez el balcón de un bar; se llevaba las manos congeladas a la cara y jugaba con el vapor saliendo de su boca. Tan niña, tan mujer. 

Conocí a muchos hombres y mujeres que quedaron sin palabras ante su presencia, muchos confundieron su asentó, sus ademanes y sus bromas malas con coquetería, ella lo sabía y lo disfrutaba, yo moría de celos, de miedo, podía imaginar que se iría con cualquiera; sabía que siempre habría alguien que le pudiera dar mucho más que yo, sabía que se merecía más que paseos eternos, y cursilerias que ya no se usan; cuando más lejos la sentía, cuando sentía que desaparecía de mi vida, aterrizaba mis delirios e ignoraba mis angustia hablando del futuro. 

Pasaron 2 años y su ausencia me hundía, me ahogaba cada noche debajo de mis sabanas, ¿habían cavado un pozo profundo bajo mis pies sin darme cuenta?, supliqué por unos minutos de sueño. En un océano de gente gritando se podía escuchar a mi alma desesperada pidiendo que volviera. Me dijo que no era hora, que no era el momento, tenía que vivir, le debía historias al tiempo, se debía silencio a si misma, no supo cuando perdió su soledad; no supe cuando desaparecieron sus manos de las mías. Las enfermedades volvieron, tenía grapas en el cuerpo, la comida era veneno. Las personas me producían alergia, sus preguntas la producían, me aleje. Me aleje y viajé, mis piernas temblaban de frío; pude ver centenares de veces como los insectos pasaban ante mis ojos he ignoraban por completo mi presencia, daba lastima, no fui digno ni para la cena de un insecto. Resignado fingí vivir, y fingiendo recuperé el sueño, pero solo actuaba para mi.

Me llamó un par de veces, hablamos durante horas, por momentos seguía a mi lado y en cuando colgábamos, se desvanecía mi cuerpo; no lo había perdido todo, mi amor por ella estaba intacto, la amaba diferente, la amaba con respeto, con serenidad, la amaba en su distancia, la amaba en su silencio y en su ausencia a pesar de que muchas veces sentí como su calor hacía fuego en mi cama. Por ella conocí todos mis estados, y estando en letargo volví a hundirme en sus ojos; llamó al teléfono un par de veces y cuando menos lo esperé cruzó la puerta de mi habitación.

Los objetos volaban, danzaban en el aire siguiendo la melodía que producía cada movimiento de su cuerpo, una nube de oxigeno abrió las ventanas de par en par, desapareció la gravedad, volábamos sobre la tierra. Los fragmentos que había perdido mi cuerpo, comenzaron a volver a su lugar, fui un muñeco zurcido pero que servía. veía a través de sus ojos cuando entre suspiros se recordaba al lado de soledad. Fluyendo lentamente por mi cuerpo la cordura volvía. 

Una tarde después de buscar palabras rebuscadas, y gentilismos, la veía caminar como la primera vez, recogía conchas de colores que pudieran adornar el hall, se agachaba lentamente ignorando su edad, sus pasos eran cada ves más medidos; el tiempo pasó improvisto, corrió y se detuvo constantemente, entre navidades he inviernos, entre mudanzas, y cambios de sofás. Recordé a plomo el perro que destrozo cada uno de los zapatos y como ella reía insaciablemente en el piso. Recordé el eco que abarcaba nuestro primer apartamento recién cruzamos la puerta; recordé las miles de bolsas de basura que tiramos porque no había lugar.

Con sus manos entre mis manos vi como las venas sobresalían de la piel, como algunas pecas decoraban su blancura, la capa de agua salada hacía espuma bajo mi cuerpo, flotábamos juntos.