Colocas los codos en la mesa y tu mirada se pierde en letras y letras, entre página y página. El sol se cuela curioso. Justo, pleno, amable, el silencio habita todos los espacios.
El aire no se corta, no cuesta respirar, ni hablar, ni ser. La sustancia se mantiene, unos días tibia, incolora, inerte, otros días, ligera, brillante y fluida.
Y está bien.
Existe una sustancia que es y puede ser entre tus manos, no necesita ser moldeada y tú le permites pasear entre tus dedos sin ser sostenida.
Falso.
No hay sol, ni mesa, ni silencio amable.
Al espacio lo habita el ruido de la quietud. No hay cuerpo, ni manos, ni dedos.
La sustancia existe, y en su existencia inerte, espera.