Fue entonces un día, de manos secas de uñas sucias, de cuartos humanos, de corazones y almas, y fue entonces que los enanitos huyeron, cuando al alejarse se sintieron gigantes de cuentos, y perdían el mando de ellos, dejando las puertas abiertas para los recuerdos, para los guerreros, y fue entonces que los enanitos crecieron...

-Angélica M. Coderque-

29/4/25

Colocas los codos en la mesa y tu mirada se pierde en letras y letras, entre página y página. El sol se cuela curioso. Justo, pleno, amable, el silencio habita todos los espacios. 

El aire no se corta, no cuesta respirar, ni hablar, ni ser. La sustancia se mantiene, unos días tibia, incolora, inerte, otros días, ligera, brillante y fluida.

Y está bien. 

Existe una sustancia que es y puede ser entre tus manos, no necesita ser moldeada y tú le permites pasear entre tus dedos sin ser sostenida. 

Falso. 

No hay sol, ni mesa, ni silencio amable.
Al espacio lo habita el ruido de la quietud. No hay cuerpo, ni manos, ni dedos. 

La sustancia existe, y en su existencia inerte, espera.