Fue entonces un día, de manos secas de uñas sucias, de cuartos humanos, de corazones y almas, y fue entonces que los enanitos huyeron, cuando al alejarse se sintieron gigantes de cuentos, y perdían el mando de ellos, dejando las puertas abiertas para los recuerdos, para los guerreros, y fue entonces que los enanitos crecieron...

-Angélica M. Coderque-

26/8/08

Pasos De Tiempo

Francisco salía de su casa al amanecer, no llevaba reloj pues sus años en el ejercito nacional le habían enseñado a leer la hora según la posición del sol, era un hombre de estatura mediana, de contextura gruesa, su cuerpo ya empezaba mostrar los signos de la vejez y el cansancio, el era como muchos otros victima de la guerra, a sus 28 años había perdido una de sus piernas en combate, pero aun así conservaba su temperamento firme y siempre fuerte; sin embargo Francisco siempre ha sido una persona solitaria, vive solo en una pieza de motel, nunca se ha casado, ni ha tenido hijos; Le conozco pocos amigos, y los que tiene solo lo buscan por su dinero, Francisco todas las mañanas se toma un tinto bien oscuro, se fuma un puro y lee el mismo periódico hasta las 8:30 am, en el café que queda al lado de la estación del tren. El no conduce un auto, ni toma el bus; Francisco camina, sus pasos son torpes y muy frágiles a la vista, camina jorobado y con la mirada en el suelo, parece un hombre frio, tosco. En las noches se le ve deambulando solo por los callejones de este humilde barrio, es tan silencioso que casi pasa desapercibido. Veo el reloj faltan diez para las once, me asomo por la ventana y como siempre Francisco acaba de llegar. Bajé las escaleras tan rápido como nunca, cruce la calle y llegue a su habitación antes que cerrara la puerta.

-señor el tinto que pidió.
-¿tinto? No joven no he pedido ningún tinto.
-Si señor, lo pide todos los días, pero hasta hoy se lo pude traer.

Dejé la taza en un mesón viejo y desgastado al lado de su cama, y Salí del lugar tan rápido como pude. Francisco me llamo un par de veces antes de cerrar la puerta, pero ya no podía dar vuelta atrás.

El día que vino después de esa noche fue diferente, Francisco incumplió su cita con el reloj por primera vez. Extraño verlo cada mañana salir a la misma hora del viejo motel. El periódico tirado al lado de su cama sigue esperando que lo lean una ves mas cada mañana y el mesero aun sirve el tinto oscuro para la mesa del fondo que el ocupaba, pero no hay nadie que lo tome con ese detalle con que lo hacia Francisco.

Autor: Angélica Paola Muñoz Coderque.

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