Fue entonces un día, de manos secas de uñas sucias, de cuartos humanos, de corazones y almas, y fue entonces que los enanitos huyeron, cuando al alejarse se sintieron gigantes de cuentos, y perdían el mando de ellos, dejando las puertas abiertas para los recuerdos, para los guerreros, y fue entonces que los enanitos crecieron...

-Angélica M. Coderque-

23/11/08

Fusil Para Un Hombre

El hombre espero horas a que su llanto se apagara, se sintió el más débil de los que estaban allí, aunque sus compañeros de batalla, ya se hallaban en supuesta paz, quiso huir de todos pero su fuerza no le dio para dar el primer paso; El hombre de uniforme rígido y verde con su única amiga el arma de los blancos fijos, se quedo hay, viendo como la sangre escapaba de su prisión, entonces quiso descansar un poco, pero el temor de no volver á abrir los ojos le impido que lo hiciera, con el tiempo, llego la noche bajo su manto negro, a lo lejos se escuchaban gritos de inocentes, risas de los malos, y llantos de los pocos que quedaban allí. El hombre miraba por el pequeño hoyo que entraba por la pared, La pared húmeda que hacia que sus posibilidades de sobrevivir fueran escasas. Así, el hombre se quedo toda la noche contemplando el enorme cielo, haciendo que su mirada se disolviera en el espacio infinito, rogándole a los dioses en los que nunca creyó, le dieran una nueva oportunidad, una mas, la mas relevante, y quiso recordar por que se encontraba hay, sabia que su alma se destruía poco a poco, cada vez que veía morir a un hombre, probablemente a un inocente frente a el, sabia que nunca valdrían la pena, las noches que paso en vela sin poder sacar de su mente, los ojos que lo miraban con terror antes de ser cerrados para siempre. Se lamento por no estar con su hija recién nacida, por no asistir al entierro de su padre, y por causar la muerte de su madre; Aunque fuera el hombre a quien todos le tenían temor en la ciudad, quiso borrar su pasado, ser un campesino, y vivir de la tierra como lo hicieron sus demás compañeros de la infancia; Fue entonces, que el hombre de armadura de fuego, se quedo en silencio, recordando su risa enfermiza al llegar a su pueblo, y ver como todos le rendían pleitesía, no por respeto, si no por temor, recordó como ese uniforme había marcado su vida, entre llantos, y muertes, entre licor, bebidas y las drogas que nunca consumió.

Fue niño alguna vez, y paso su tardes jugando con las canicas, que varias veces intento comer, sus travesuras no pasaban de timbrar en la casa del vecino y sin motivo salir a correr por hay, en las noches cuando se suponía que el pueblo descansaba, oía como los pasos de hombres gigantes se acercaban, saliendo de la espesa selva para torturar a unos cuantos por dinero, su madre rezaba con lagrimas en los ojos, y el no podía entender como estos seres eran capaces de producir tal sensación.

Como un niño tan ingenuo, se pudo convertir en la bestia que tortura y mata sin cesar, dejando tras de si, enormes charcos de sangre, que hacían de su camino, un juego incesante de pistas para encontrarlo y ver su muerte publicada en cuanto papel existiera.

Ya sus ojos se vuelven grises, y sus labios se secan como la arena en la que reposa, la sangre ha dejado de fluir y sus oídos cada vez le niegan menos la realidad, el sabor de su boca insinúa sangre, y ahora su fiel arma se resbala por las manos, haciendo que su papel del malo se fugue poco a poco como lo hace la noche; Es hora de que el pequeño niño se vaya corriendo por las viejas casas que destruyo, es hora de reencontrarse con sus viejas victimas, a las que les negó el derecho de vivir, y de sobrevivir, es hora de ponerle fin a la carrera del viejo fusil, de retroceder el tiempo y dejar que el niño del viejo pueblo escondido entre la selva, crezca de nuevo esperando que esta vez tome la decisión correcta, y decida vivir.

Autor: Angélica Paola Muñoz Coderque

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